Fotograma de "Habanastation"

Hace una década Cuba se dejaba seducir por “Habanastation”

Lun, 07/19/2021

En el año 2011 era muy difícil que, en Cuba, hubiera alguien ajeno por completo al encantamiento generado por Habanastation, ópera prima de Ian Padrón; un éxito de público como pocas veces se vio en esa época, un triunfo que fue amplificado por la sucesiva transmisión televisiva y la amplia difusión del video musical de Buena Fe con numerosas imágenes de la película y sus actores.

Producida a muchas manos entre el ICAIC, el ICRT y La Colmenita —un experimento de coproducción institucional que se ensayara exitosamente con Viva Cuba o Los dioses rotos— y concebida sobre todo para niños y jóvenes, más bien para toda la familia, Habanastation se adelantó a Conducta en cuanto a la devolución al público cubano del placer de disfrutar con una película nacional, espejo de algunos problemas sociales, pero, sobre todo, un producto cultural capaz de emocionar, educar, exaltar valores éticos y, más que todo, entretener, divertir, conseguir la identificación de un auditorio muy amplio.

Para lograr el aluvión de público risueño, el guion de Felipe Espinet se apoyaba en el cine de aventuras, algo de comedia y un matiz de melodrama en tanto el filme habla de dos niños con características contrastantes (uno con casi todos los problemas resueltos y el otro, huérfano, con el padre preso y situación económica precaria) que se ven obligados a compartir una meta común, en un plazo prefijado de tiempo; en el recorrido deben resolver una serie de pruebas que consolidan su alianza y portan algún tipo de enseñanza.

A lo largo del recorrido dramático, ambos héroes se verán abocados a una suerte de crecimiento moral, porque el filme parece vincularse con el humanismo de obras de la literatura y el arte predecesoras, como la novela de aventuras El príncipe y el mendigo, de Mark Twain; el poema Romance de la niña mala, de Raúl Ferrer; o el poema de José Martí Los dos príncipes. Ese sustrato ético, humanista, alienta también en Habanastation, que reconcilia la urgencia por hacer ciertas declaraciones sobre nuestro tejido social, con un relato contado con agilidad, gracia y conocimiento del lenguaje del cine, porque esta invitación a erradicar ciertos prejuicios y aceptar a la gente más allá de las apariencias resulta sobre todo fresca y simpática.

La anécdota expresa la voluntad de ser consecuente a toda costa con el ineludible formulismo que entraña el cine de género (como se dijo antes: el cine de aventuras, la comedia, el melodrama); de modo que ciertas situaciones dramáticas resultan bastante predecibles, se recurre al esquematismo vinculado de manera indisoluble a los contrastes que requiere la comedia costumbrista y se eleva al máximo la suspensión de la incredulidad para convencer al espectador de que es posible que un niño mayorcito se pierda en las cercanías de la Plaza de la Revolución.

Porque este cuento fantasioso que es Habanastation habla de diferencias de clase, marginalidad más o menos aparente, egoísmo y materialismo y, por supuesto, sus pares contrarios: generosidad, idealismo, valores auténticos y desinterés. Tales virtudes o defectos adquieren entidad gracias a los personajes de Mayito y Carlos, los dos niños que comparten aula y escuela, pero viven separados por las diferencias de estatus.

De este modo, Habanastation se suma a la cierta tendencia del cine cubano del siglo XXI a colocar niños y niñas, víctimas de las circunstancias, al centro de filmes de muy diverso corte, como queda establecido en una relación que integran Viva Cuba (Juan Carlos Cremata, 2005), La edad de la peseta (Pavel Giroud, 2006), Y, sin embargo… (Rudy Mora, 2012), La piscina (Carlos M. Quintela, 2012), Conducta (Ernesto Daranas, 2014), Cuba libre (Jorge Luis Sánchez, 2015), Esteban (Jonal Cosculluela, 2016), entre otras.

Conscientemente idealista a la hora de presentar la vida cotidiana de los barrios periféricos habaneros, Habanastation describe una especie de paraíso de los humildes en el cual cualquiera le presta la bicicleta a quien se la pida, otro que te conoce poco y mal es capaz de vender su paloma preferida con tal de resolverte un problema, un mecánico de barrio te garantiza todo tipo de caballerosidades y buen precio y el esparcimiento durante los apagones se resuelve bañándose en el portentoso aguacero. Porque las virtudes posibles del barrio periférico están sublimadas por la imaginación de los creadores del filme hasta el punto de convertir la humilde vecindad en símbolo de la virtud, el esfuerzo honesto y la esperanza.

Y como Habanastation es un filme de aventuras, tiene que haber otro grupo de personajes, los negativos, que vienen a ser los padres consentidores y prejuiciosos del niño acomodado, quienes desprecian casi todo y a todos los que se salgan de su estatus, y así son descritos como gente egoísta, poco solidaria e indiferente a las necesidades de los otros. Pero la polarización de virtudes y defectos, así como la obligatoriedad de entrecruzar los destinos de uno y otro niño, para colocar al acomodado en terreno desconocido, forman parte de un contexto fílmico donde funcionan las aventuras dirigidas a que cada personaje asuma cierta evolución espiritual y mejore sus capacidades para habitar la realidad que le toca.

Así Habanastation insistía en contemplar los costados risueños y hasta brillantes de una realidad que el cine cubano suele presentar en tonos graves si uno recuerda películas más o menos contemporáneas como Suite Habana, Barrio Cuba o Conducta. Entonces, la ópera prima de Ian Padrón terminó por ser una divertida idealización de la realidad, ficción ilusoria que consigue estimular los buenos deseos del espectador, mientras logra, además, avizorar las desigualdades de nuestro relieve social y apuntalar los principios éticos que nos siguen alentando.

La fábula sobre un niño de clase privilegiada que se pierde en un barrio pobre y allí se ve auxiliado por su humilde compañero de aula seducía al público gracias a otros factores como la fotografía de Alejandro Pérez, la ágil edición de José Lemuel, la música de René Baños ―quien diseñó la banda sonora junto con el director― y las actuaciones de los dos protagonistas, Andy Fornaris y Ernesto Escalona, secundados por un elenco en el que sobresalían Claudia Alvariño en el papel de la maestra; Blanca Rosa Blanco y Luis Alberto García, progenitores del niño acomodado; y Miriam Socarrás, abuela del desposeído. Además, enriquecían el cuadro histriónico Raúl Pomares y Omar Franco.