Kiki Álvarez

Enrique (Kiki) Álvarez, con vocación de ruptura

Sáb, 09/04/2021

Muy pocos son los realizadores cubanos que han completado una decena de obras de ficción y al unísono se fueron abriendo camino en oficios tan diversos como la escritura de guion, la actuación, la crítica y la docencia. Pareciera que Kiki Álvarez hubiera optado, desde el principio de su larga y complicada carrera, por rendir tributo a la singularidad, la ruptura con las convenciones, la versatilidad y, por supuesto, la belleza, ya fuera en los terrenos del largo o del cortometraje, el documental o la ficción, el cine, el teatro o la televisión.

Nacido en 1961, se licenció en Historia del Arte en la Universidad de La Habana y más tarde realizó también estudios de posgrado sobre Historia del Arte, Teoría de la Comunicación y Dramaturgia en el Cine, entre otros temas. Antes de todo ello, probó suerte como actor en uno de los cuatro papeles protagónicos (junto a Rolando Brito, Patricio Wood y Luis Alberto García) en la serie Algo más que soñar (1985), de Eduardo Moya, un especialista en la dirección de jóvenes actores en seriados de televisión.

Más tarde, se incorporó al taller de cine de la Asociación Hermanos Saíz, uno de los pocos caminos viables para los jóvenes creadores de los años ochenta que querían incursionar en el cine, pues la entrada en el ICAIC parecía un sueño irrealizable. El taller surgió como resultado de una voluntad de renovación artística y de una inconformidad ante la crisis conceptual y el exceso de convencionalismos que durante aquellos años se manifestaba en el cine oficial, o sea, el producido por el ICAIC. Su mayor aporte al taller fue el cortometraje Sed (1989), realizado en 16 mm, y que puede considerarse el reinicio del cine independiente y experimental en Cuba. 

Con un reparto integrado por Verónica López y Ricardo Vega en el papel de dos jóvenes en una estación de trenes, ansiosos por trasladarse y sin saber cómo hacerlo, Sed es, según su realizador y guionista, “la metáfora de la necesidad de viajar hacia sí mismos. (Los protagonistas) tienen un evidente problema de identidad, de falta de armonía interior y precisan de buscarla. Equivocadamente tratan de conseguirla cambiando de espacio. (…) Me entregué a la película sin prejuicios, con ganas de hacer cine. Y todo lo que fuera impedimento, para mí era un reto. Creía en las posibilidades de hallar soluciones, siempre desde el lado del arte. (…) Esta película, en la cual utilicé Esperando a Godot para desencadenar mi emoción creadora, es el cine que quiero hacer. Tengo fe en desarrollar más tarde sus presupuestos con mayor rango estético, pero ahora estoy contento con los resultados, con lo que puedo mostrar en los cuarenta y ocho minutos de un filme que tuvimos que rodar en sólo una semana”.

También en soporte de video recreó un poema de Jacques Prévert titulado El desayuno, que ya expresaba, según algunos críticos, un lirismo y un sentido de la composición impecables. El filme se tituló Amor y dolor y está considerado un ejemplo avanzado del videoarte en Cuba gracias a la dirección, edición y musicalización de Álvarez, el guion de Julio Carrillo, la fotografía de Carlos Galván D., una banda sonora musical donde se combinaban María Teresa Vera y Antonio Vivaldi y a un reparto integrado, solamente, por Arturo Sotto y Laura Fernández.

Esta manera personalísima, tan fuera de lo común y, sobre todo, tan deliberadamente artística, de llevar al celuloide aspectos sobre la identidad y la cultura adquirió una dimensión filosófica en La ola (1995), primer largometraje del realizador y una de las manifestaciones más acabadas del cine vanguardista en Cuba, ganadora de mención FIPRESCI en el festival de La Habana.

Entre 1999 y 2000 artículos de su autoría aparecen en la revista Cine Cubano, luego escribió intermitentemente en varias publicaciones especializadas de cine. El guion de Miradas ganó en el Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano en la categoría de guion inédito en 2001, y la historia relatada devino segundo largometraje de ficción para el joven realizador, que intentaba incursionar con el cine más genérico, sin renunciar al retrato intimista de ciertos conflictos de pareja que ya se percibían en Sed y La ola.

Mientras transcurrían los años noventa, Kiki Álvarez también se dedicó a la realización televisiva. Con el precedente de su trabajo en video para la TV educacional en la serie Pintores cubanos, dedicada a René Bedia, Flavio Garciandía, Tomás Sánchez, Gustavo Acosta y Antonio Eligio Tonel, entre otros, incursionó en la publicidad y el documental para televisión con los spots promocionales de las obras de teatro Calígula y Las brujas de Salem y documentales como Ignacio Cervantes. Un homenaje (1997); Amaury Pérez entrevista a Alfredo Guevara (1998) y Lucía en trance (1998). 

Este periodo de búsquedas culmina, en los años noventa, con el muy notable documental Memorias de fin de siglo (1999), coescrito, codirigido y coeditado con Raquel Capote y Pedro Suárez, y que se propone, a partir del aniversario 40 del ICAIC, una reflexión sobre las relaciones artista-realidad, artista-sociedad y el derecho que deben y tienen los cineastas cubanos de reflejar toda la complejidad de la sociedad cubana. Memorias de fin de siglo alcanzó mención especial del jurado de documentales en el festival de La Habana y seguramente constituyó la base sólida para las ulteriores contiendas del cineasta en pro de un entorno audiovisual que trascienda las limitaciones institucionales y se fortalezca a partir de naturalizar el cine independiente.

Después, como transcurría un periodo dificilísimo para quienes intentaran hacer cine, incursionó en la dirección de obras de teatro (La maldita circunstancia del agua por todas partes) e incluso las llevó a la pantalla mediante la coproducción del ICAIC y el ICRT. En esa vertiente se recuerda la versión de Madre coraje: sus hijos, en 2006, con la actuación de Daisy Granados, Mario Guerra y Osvaldo Doimeadiós, entre otros.

A lo largo de la primera década del siglo XXI, además de los trabajos en otras disciplinas artísticas, logró realizar varios cortometrajes para cine: en 2002, estrenó Crisis; dos años después, La persistencia de la memoria (en la cual actúa, dirige, produce y escribe para reflexionar sobre la disyuntiva intelectual de actuar como Sergio, el protagonista de Memorias del subdesarrollo, o como Tomás Gutiérrez Alea, el director de esa película).

Más tarde, todavía en esa década, dirige en 2007 Domingo y luego, Al día siguiente (2009), ambos concentrados en conflictos existenciales de la pareja y protagonizados los dos por Claudia Muñiz, su actriz fetiche, que también sería la musa inspiradora y actriz principal en una trilogía de largometrajes dirigidos por Kiki Álvarez entre 2011 y 2014: Marina, Jirafas y Venecia, que certifican de una vez, si a alguien le quedaban dudas, la posibilidad de realizar un cine independiente, con escasos recursos, pero encaminado a mostrar con hondura los tiempos que corren para la Isla. 

Venecia devino paradigma de creación colectiva, pues contaba con guion del realizador con los aportes medulares de Claudia Muñiz, Marybel García y Marianela Pupo (las tres protagonistas absolutas) y del colombiano Nicolás Ordoñez (quien también se ocupó de la fotografía). El filme tuvo la distinción de ser estrenado mundialmente en el Festival de Toronto, y más tarde sus protagonistas compartieron el premio a la mejor actriz iberoamericana en el Festival de Cine de Guadalajara. También recibió cinco premios Kikito en el Festival de Gramado, otorgado a las tres actrices, a la mejor fotografía y al mejor director.

Por otro lado, el semidocumental Sharing Stella (2016) parece abrir un nuevo ciclo de experimentaciones en la filmografía de uno de los cineastas más arriesgados con que cuenta el cine cubano, y este giro de búsquedas de la sinceridad absoluta y la honestidad total en el trabajo con los actores lo condujo a realizar otro largometraje, el inédito Las chambelonas, cuyo encuentro con el espectador fue pospuesto por el realizador debido a la aparición de otro filme concebido desde presupuestos similares.

Kiki Álvarez, quien este 4 de septiembre celebra sus 60 años, actualmente trabaja, desde hace varios años, como jefe de cátedra de Dirección en la EICTV. A la pregunta de cómo compagina su trabajo docente con la realización, Kiki Álvarez contestó: “Mis últimas películas están rodadas en muy poco tiempo, máximo 15, 16 días, y las últimas las he hecho en periodo de vacaciones. Sharing Stella y Las chambelonas las rodé en diciembre del año pasado, cuando se acabó el Festival. Para nada me crea problemas estar trabajando en la EICTV, todo lo contrario, me llena de motivaciones todo el tiempo y he aprendido varias maneras de hacer. Entonces para mí este lugar es como una fuente de energía, en la cual yo doy y también recibo”.