Rápido y furioso 9

En el escalón 9, a un paso del agotamiento

Mar, 08/31/2021

Con un retraso de dos años por la pandemia, pues su rodaje se complicó debido a la COVID-19, salió a las pantallas del mundo Rápido y furioso 9, que llegó a Cuba este sábado a través de la televisión. Bastante se habló entre nosotros acerca de su predecesora, sobre todo porque contaba con unos preliminares diez o doce minutos rodados en La Habana, cerca del Malecón. Entonces hubo un enorme despliegue mediático, dentro y fuera de la Isla, en torno al extraordinario acontecimiento que implicaba el hecho de que una superproducción norteamericana se filmara aquí, en las inmediaciones de El Vedado y Centro Habana.

En aquel momento escribí en Juventud Rebelde que apenas hacía falta cierta reserva de clarividencia para adelantarse al resultado final y asegurar que se trataba de “cierto tipo de producto audiovisual dirigido a la audiencia adolescente, con abundancia de persecuciones, en ruidosos e increíbles automóviles, planos muy cortos y cortes incesantes, historia predecible y enfrentamiento de los arquetípicos policías y delincuentes, además de la evidente glamorización de marginales gracias a sus proverbiales habilidades al timón… Todo ello asociado con los filmes de aventura, en plan de entretenimiento puro y simple”.

Mientras algunos la proponen como la peor película del año, y recauda en la taquilla mundial 700 millones en plena pandemia, Rápido y furioso 9 se restringe, al igual que sus predecesoras, a una visión superficial, pero amable, de personajes y situaciones, todo dentro de una visualidad muy a lo MTV, con planos espectaculares que pretenden vivificar una trama ilógica, forzada, fantasiosa, a veces hasta risible, pero funcional en su sentido intrínseco de acción imparable y espectacular, esa misma que atrae por millones a los jóvenes de todo el mundo, siempre y cuando se les suministre un espectáculo ameno y reluciente, entre persecuciones, luchas, incendios y estrepitosas carreras.

En esta novena entrega de la saga asistimos a las hazañas verificadas por una pandilla cuya alineación está regida, como casi siempre, por Vin Diesel en el papel de Dominic Toretto, dedicado a reciclar el paradigma del héroe inexpresivo por exceso de testosterona, con la cabeza afeitada, hinchada musculatura y pocas palabras dichas con voz grave, mirando al horizonte. Así, Vin Diesel, fundador de la saga, se integra a la larga cola que forman otras franquicias dedicadas a Rocky y Rambo, Terminator o Conan El Bárbaro, en las cuales Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger impusieron paradigmas bastante similares en superproducciones realizadas por Hollywood en los años ochenta. A decir verdad, todo este fenómeno de colosos invencibles proviene, en líneas generales, de las películas de Tarzán, en los años treinta, e incluso hay referencias de un héroe similar, Maciste, en el cine italiano de los años diez, del siglo xx.

El caso es que, en Rápido y furioso 9, Dominic Toretto vive finalmente una vida muy tranquila, lejos del mundanal ruido, con su hijo y su pareja, Letty (que vuelve a interpretar Michelle Rodríguez). Pero como es de esperar, el peligro acecha y Dom deberá salvar la vida de quienes ama, de modo que muy pronto debe reunir su tropa para enfrentarse nada menos que con su propio hermano, Jakob (interpretado por el exastro de lucha libre John Cena), quien se ha pasado al lado oscuro de la fuerza, aliado con la ciberterrorista Cipher, interpretada otra vez por Charlize Theron. También regresan a la saga Ludacris (otro veterano, en tanto formó parte del plantel de la primera parte y luego apareció en varias) y Tyrese Gibson, a quien se le encargó el papel de Roman, en la segunda entrega, Más rápido, más furioso. Esta vez prescindieron por completo de Dwayne Johnson, Jason Statham y Luke Evans.

Algunos críticos sienten que la novena parte es un pastiche exagerado y caótico, con diálogos aburridos o bromas débiles, y que a pesar de un gran arranque, poco a poco esta intensidad se va apagando y la película se vuelve pesada y lenta debido a los varios flashbacks que explican el pasado del protagonista y sus traumas familiares, y así se le resta tiempo al aluvión de acciones físicas. Son numerosos los críticos que subrayaron el desbordante sentimentalismo, que apenas logra combinarse con secuencias de acción cuyo objetivo principal consiste, ya se sabe, en entretener a una audiencia casi siempre cautiva por haber gustado de algunas de las partes anteriores. 

Indiwire aseguró que se trata de “la más grande y ridícula de todas las entregas. El mundo de Rápido y furioso nunca ha parecido más descontrolado”. Screen Daily señaló: “La alegre inventiva de las escenas de acción solo subraya lo dolorosamente tonto que es el drama. Por más rápido y furioso que corran los personajes, no se puede evitar la impresión de que estas películas están perdiendo su frescura”.

Tal vez 20 años sea más que suficiente para la duración de una franquicia. Debemos recordar que los personajes iniciales de toda la saga fueron presentados en Rápido y furioso, en 2001, de Rob Cohen, con Paul Walker como Brian O'Conner y Vin Diesel como Dominic Toretto, además de Jordana Brewster en el papel de Mia Toretto, Michelle Rodríguez como Letty y Ludacris como Tej Parker. El negociazo continuó con la secuela, Más rápido, más furioso, de John Singleton, que introdujo el personaje de Roman, interpretado por Tyrese Gibson.

En su tercera parte, Rápido y furioso: reto Tokio, de Justin Lin, hubo un cambio de tono, ubicación y protagonistas, ya que Lucas Black alcanza el papel protagónico. Años después, exactamente en 2009, Rápido y furioso aparece como una suerte de remake de la primera película de la saga que trajo de vuelta a los protagonistas originales, Vin Diesel y Paul Walker. Luego, la serie fue perdiendo en coherencia y ganando en espectacularidad, a lo largo de sus partes quinta, sexta, séptima y octava, de modo que algunas parecen más que películas un tráiler realizado para los fans, y esa sensación reaparece en esta novena entrega.

Un conocedor avezado de este tipo de filmes, Justin Lin, realizador de la cuarta, la quinta y la sexta partes, fue contratado para que condujera a buen puerto la novena e intentara recuperar la desenvoltura de algunas entregas anteriores, mientras que Vin Diesel figura otra vez como coproductor, y así, director, productores y protagonistas tratan de satisfacer, sobre todo, las expectativas de los convencidos, es decir, de quienes ya son fanáticos incondicionales de la saga, devoradores de rositas de maíz en los multicines de casi todo el mundo, inmersos en una experiencia envolvente a través de una pantalla gigantesca y un sonido espectacular.

Hablo de los fans dispuestos a perdonarle al filme hasta una disparatada excursión al cosmos, de los fans capaces de conmoverse hasta las lágrimas cuando se les recuerde que lo más importante es la familia, con una canción de Bad Bunny que forma parte del soundtrack. Porque para los amantes de este tipo de cine la ridiculez y la ausencia total de verismo pueden ser tremendamente disfrutables, por más que suenen a necedad los apelativos al melodrama, aunque los chistes sean cada vez peores, a pesar de que los protagonistas parezcan morir en trescientas misiones imposibles resueltas en unos segundos con los héroes siempre ilesos…

Estoy negado a referirme a la banda sonora tributaria del reguetón ni tampoco pienso aludir el sexismo desbordado para contemplar a un mar de chicas ligeras de ropa. Sí quiero insistir en la banalidad y vulgaridad del conjunto. Ya ni sé por qué lo hago, va y alguien escucha, aunque la haya visto y disfrutado, pero se da cuenta de que aquí no hay argumento, sino sucesión de golpes, disparos, carreras, vuelos o persecuciones de coches y tanques y aviones, en un tour que atraviesa por los menos cuatro continentes e incluso la estratosfera.

Para quienes no sean demasiado aficionados a tales avatares, valga el dictamen: la novena entrega cansa y carece de gracia. Y para explicar el éxito tengo que reiterar lo que ya escribí en otra ocasión: “Las razones de tanto entusiasmo se localizan, sobre todo, en la preponderancia de las impresionantes secuencias de acción (lo cual no quiere decir que aporten algún sentido o lógica más allá del malabarismo espectacular), además de que el espectador disfruta el placer de asistir a la verificación, en pantalla, de hazañas cuya fantasía, o falta de verismo, conforman la esencia del encantamiento”.